El espíritu no es un hueso 2018 por Nerea Ubieto
LA POTENCIA DE SER
Dicen que la espina dorsal puede estar conectada con la grabación de nuestras experiencias de vida: una suerte de escalera en la que cada vértebra sería un peldaño hacia el conocimiento o la verdadera toma de conciencia. A nivel físico, la columna vertebral es el eje del cuerpo, la estructura que nos mantiene erguidos y funciona de sostén del peso corporal. Según el pensamiento yóguico, se es tan joven como tu columna sea de flexible y, en este sentido, adquiere unas connotaciones muy fuertes de libertad. Su cuidado y trabajo constante permite el movimiento fluido, pero también ayuda permanecer quieto en una posición, a volcar la mirada hacia dentro, a meditar.
Para Romina Rivero, la vértebra es un símbolo de vulnerabilidad y, al mismo tiempo, pura potencia liberadora. Los huesos que forman parte de la instalación tienen su origen más personal en una experiencia de vida ligada a la sanación, física y espiritual. Representan la lucha desde lo íntimo, entendiendo el cuerpo como una extensión de la interioridad capaz de sobreponerse a los dominios externos que le subyugan y constriñen. El dispositivo de la instalación condensa un campo de tensiones, entre las que sobresale la existente entre la idea del cuerpo social foucaultiano – entendido como la materialidad del poder sobre los cuerpos mismos de los sujetos – y los presupuestos de la filosofía oriental clásica, procuradora de la conciencia profunda en aras de la emancipación individual y colectiva.
De un lado, somos piezas uniformadas de un mismo engranaje controlador: la mirada del panóptico – ese ojo que todo lo ve –, pesa sobre nuestros cuerpos cegados y dispuestos hacia una sola dirección. De otro, somos huesos constitutivos, diferenciados y únicos, que contienen una libertad inherente. Se trata de un baile de fuerzas destinadas a desvelar aquello que, por naturaleza, nos pertenece. El recubrimiento metálico opresivo, clara referencia al capitalismo y la sociedad industrial postfordista, es también una superficie especular a partir de la cual verse reflejado y hacer un ejercicio de introspección. De esta manera, se abre la posibilidad de generar un lugar para la resistencia en el núcleo mismo de la represión. Los hilos que tiran y aprietan, encarnan, de igual modo, su potencia para desatarse. Esta concepción es muy próxima a la tradición china, donde el curso natural de las cosas, el Dao, se forja a través de la alternancia de dos principios activos opuestos, el yin (umbría) y el yang (solana).
Dice el maesto Lao Zi en el Tao te king:
(…) el ser y la nada se generan uno a otro,
lo difícil y lo fácil se completan uno con otro,
lo largo y lo corto se forman uno de otro.
lo alto y lo bajo se vierten uno en otro,
el sonido y el tono se armonizan uno con otro,
el antes y el después se siguen uno a otro.
Existe una tensión entre lo que somos esencialmente y lo que llegamos a ser, entre el movimiento consustancial que debería prevalecer y el autoimpuesto. Nos dejamos llevar por las estrategias que los gobiernos y estamentos de poder han construido ad hoc para nuestra dominación. Sin pensar hacia dónde, solo vamos. Pero a veces, en ese recorrer se crea un espacio, un vacío que colmar, un silencio. El llamado estado de inacción[1]. Son los hilos tensos y la posibilidad de cortarlos, de salirse del camino marcado. Descubrimos la dimensión íntima en la que reconocernos, ese reducto de libertad, reflexión y empoderamiento.
La obra instalativa que nos presenta Romina Rivero es sutil y rotunda, con los elementos indispensables, pero múltiples capas de lectura. Desde la dignificación del luto de la mujer expresado en el encaje negro, hasta la reivindicación de la diferencia interviniendo cada pieza ósea con detalle. Frente a todas ellas, un mensaje claro: trabajar la distancia que nos separa de nosotros mismos, revirtiendo la hegemonía a favor de la autonomía, los procesos disciplinarios en libertarios. En definitiva, hacer emerger el ser en potencia desde la unión y la riqueza de vértebras interdependientes.
[1] La inacción es otro de los conceptos comunes del pensamiento tradicional chino, no se trata de una inercia absoluta, sino de comprender el estado de las cosas y equilibrarlo sin ejercer presión alguna en los seres. La inacción es propia del curso, cuya eficacia es universal y permanente. Traducción de Anne Hélène Suarez Girard en Tao te King de Lao zi. Ediciones Siruela, 1998 Madrid.